martes, 4 de septiembre de 2012

Sin título.



Recuerdo cuando ese campo de margaritas era mío. Mi amado campo. Llegué a él de pura casualidad, aun que a veces pienso que fue él quien me encontró a mí.
No era demasiado grande, pero lo suficiente como para poder perderte en él. Era mi refugio, paseaba entre las eternas margaritas, margaritas que nunca marchitaban. Nadie entendía como podía estar en ese campo, la gente del lugar decían que estaba maldito, que todas aquellas personas que habían pasado por él terminaban mal paradas. En mi cabeza no entraba esa posibilidad… ¿terminar mal parada por mi precioso campo de margaritas? Imposible.
Un día se me ocurrió arar una pequeña parte del terreno para cultivo personal y todo aquello que cultivaba se convertía en orgullo. En aquel campo abundaba la sensación de paz.
Todos los días araba un poco aquella pequeña parcelita con mis propias manos, para sentirlo mío, para sentir la armonía que se había formado entre el campo de margaritas y yo. Al terminar, paseaba por él hasta terminar dormida abrazada por los millones de flores que habitaban aquel campo, inhalando el aroma de aquellas margaritas mientras me hacían sentir que nada malo podía suceder siempre y cuando me encontrase en mi campo. Me hacía sentir segura, pues en él tenía todo lo que podía necesitar para ser feliz.
De vez en cuando las margaritas comenzaban a marchitarse pero era relativamente fácil de recuperar, aunque era un trabajo pesado y cansado y sobre todo duradero. Cuando eso pasaba, el cultivo de mi pequeña parcela era abandonado, pues necesitaba ver mis margaritas con el esplendor de antaño, no soportaba la idea de su marchitación y hacia todo lo que podía por intentar salvarlas, pero un día ya fue tarde, no pude recuperar ni un tercio de lo marchito. El antiguo verde y blanco cada vez se iba volviendo mas amarronado y amarillento.
Estaba segura de que todo aquello era culpa mía. No supe cuidar de aquellas margaritas. Pregunté a la gente del lugar el por qué si se suponía que aquellas margaritas no se marchitaban nunca, lo estaban haciendo ahora.
-         “Has caído en la maldición del campo de margaritas, has cuidado de él, has cultivado sus tierras, pero siempre lo hiciste pensando en tu propio bienestar, en el beneficio que te reportaba a ti la belleza del campo, en cómo te hacía sentir. Pero nunca te has parado a escuchar lo que las margaritas te estaban pidiendo, lo que ellas necesitaban, al principio lo estabas haciendo bien, pero poco a poco, terminaste cargando el peso de tu mundo en el pequeño campo de margaritas.”
Después de aquella conversación, intenté escuchar a las pocas flores que quedaban aun sin marchitar. La mayoría se encontraban en silencio, y las pocas que se decidían a hablar solo decían una única palabra…”márchate”. Aquella suplica me partió el alma, pero ¿quién era yo para decidir quedarme en el campo en contra de su voluntad? Yo lo había estropeado todo, era responsabilidad mía desaparecer para que mi preciado campo pudiese volver a alcanzar su resplandor de antaño.
Mi campo ya no tiene dueño, es de nadie, pero a la vez de todos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario